Zancudos petroleros

La puerta lateral de la buseta se abre y, acogido por los gritos de alegría de Fabián, de la organización Cos-pacc (Corporación Social para la Asesoría y Capacitación Comunitaria), y Sebastián, de la ONG británica War on Want, entra con una larga sonrisa un hombre de piel ligeramente morena, ojos vivos y sombrero de vaquero negro. “¿Qué más Daniel? ¿Cómo me le va?” le lanzan sus compañeros. Entre apretones de mano se desliza hasta su asiento. Es tocayo del defensor de derechos humanos de esta zona de la región Casanare, asesinado en 2015 que dio su nombre a la “Escuela de Investigación Ambiental y Popular Daniel Abril Fuentes para la investigación en Derechos Humanos”, coordinada por nuestros acompañados de Cospacc. La escuela forma a defensores de derechos humanos de comunidades vulneradas por empresas o el estado. Su última sesión se celebrará hoy y mañana en El Morro, un pueblo en las primeras estribaciones de la Cordillera Oriental colombiana, a donde nos dirigimos.

Siento un ambiente de regocijo en la buseta por la idea de la entrega de diplomas que se hará mañana y, aún más, por la de la rumba que seguirá después. Estos defensores de derechos humanos parecen muy unidos, muy amigos, aunque son de diferentes organizaciones. Entre ellos no vale el “señor/señora” o el “don/doña” que marca respeto, sino formalidad. Sus risas no se detienen cuando la conversación pasa sobre la violencia y los asesinatos de personas defensoras, un centenar en el último año en Colombia[1].

El sol brilla sobre las piedras del río que seguimos hacia El Morro. El agua turbia revela obras o remoción de tierra río arriba, probablemente relacionadas con la explotación petrolera ubicua en la región. En las fantasías del sueño americano, para el pionero pobre que dé con un campo de oro negro brotando a chorros, es sinónimo de riqueza encontrada de un día para el otro. Acá no ha significado otra cosa para las poblaciones que una fuente interminable de violencia. Del ejército y de los grupos armados ilegales cayeron granizadas de plomo[2] y entre ellas marcharon las empresas petroleras para apoderarse del territorio: asesinatos, represión, lucha. Ha sido más bien una implacable maldición que el espeso líquido negro trajo sobre estas tierras.

En Colombia, el petróleo no pertenece a la población sino al Estado, y oponerse a su extracción, aún por argumentos razonables de protección ambiental, de despojo de tierras y de entrega de recursos naturales a intereses extranjeros o lejanos, ha sido para esta gente un calvario. Hubo muchas muertes violentas y quienes quedaron siguieron en la lucha sin poder detener la explotación homicida. La Escuela Daniel Abril Fuentes justamente tiene vocación de darles herramientas para investigar y montar casos de denuncia más contundentes.

Poco a poco, la carretera se hunde entre las frondas, las orillas del río se levantan. En el arbolado iluminado por el sol, las palmeras son las que más relucen, sus hojas largas reflejando una luz pura. De repente, surge del bosque un largo baluarte de sacos de arena uniendo torres bajas con rendijas. Detrás, custodiadas por el ejército, bombas petroleras, con sus patas de hierro, se agarran al flanco de la montaña. Como zancudos laboriosos, de su movimiento monótono, chupan el suelo mellado. En la zona opera el grupo guerrillero Ejercito de Liberación Nacional (ELN), que todavía no ha firmado acuerdos de paz con el gobierno.

En El Morro nos juntamos con los estudiantes de la Escuela: unos cincuenta. El orgullo se lee en las caras, mañana recibirán sus diplomas. Algunos, como preparación para la ceremonia, van al peluquero. Serán “Investigadores en derechos humanos”, y con este diploma en mano volverán a sus comunidades con más conocimientos y más legitimidad frente al Estado para investigar y  luchar por un medio ambiente sano, servicios básicos de salud, mejor educación y servicios sociales y seguridad en la tenencia de un lote de tierra.

Durante todo el día, siguen en la tarima los grupos de estudiantes presentando trabajos de investigación preliminar sobre casos reales en sus comunidades. Reciclaje de residuos, integridad de resguardo indígena, ausencia de servicios de salud, daños ambientales por explotación petrolera, alternativas de desarrollo. Los temas siguen y los estudios nos hacen recorrer los departamentos del Casanare, Boyacá, Meta y Tolima escuchando los acentos regionales de cada uno, viendo fotos de sus regiones y entendiendo los retos que enfrentan las comunidades. Siento que los grupos se alientan unos a otros con estas presentaciones, se motivan, comparten ideas de investigación y el día transcurre en una seriedad alegre, en la que se compaginan las preocupaciones de los investigadores con la felicidad de estar reunidos.

Temprano en la noche, nos acostamos todos en una gran sala escolar. Con sencillez y complicidad compartimos el espacio. Por la ventana, destaca extrañamente una vertiente de montaña boscosa. Delante de las otras sierras negras azabache, esta refleja una luz de cenizas como si hubiera luna llena. Martín, otro integrante de Cospacc, se asoma y apunta a una loma oscura: “detrás están las antorchas de la petrolera. Queman gases noche y día y son tantas que alumbran el cerro entero”.

Cuando al día siguiente los estudiantes se levantan y se acercan, uno tras otro, a la mesa de los organizadores de Cos-pacc bajo aplausos para recibir su anhelado diploma, la afabilidad y la alegría suben de nivel aun más y sin ruptura la entrega de diplomas se hace rumba diurna en la terraza del restaurante en el que nos encontramos. Parece una fiesta familiar en la que todos disfrutan con sus primos, tíos, abuelos, antes de que cada uno tome la carretera y que se separen. Karaoke, carne, cervezas, bailes, poemas, canciones o dichos de cada región, cada quien está invitado a compartir algo de su identidad y a enlazarlas en la fraternidad de este grupo de personas que sólo piden vivir en paz, sin preocuparse por que les golpee la próxima calamidad.

Christophe


Notas de pie:

[1] Somos Defensores: Informe Contra las cuerdas
[2] Monografía Político Electoral Departamento de Casanare 1997 a 2007

Deja un comentario