Archivo de la categoría: La lucha por la tierra

Tras dos años de desplazamiento la comunidad Wounaan tuvo la alegría de pasar las festividades de fin de año en su tierra, en el Resguardo Santa Rosa de Guayacán

Subimos las últimas marchas antes de llegar al punto de encuentro, en Dagua, las mochilas llenas de material para un par de días y el corazón de ilusión. Hoy es el retorno oficial de la comunidad Wounaan Nonam a su Resguardo Santa Rosa de Guayacán, en el Bajo Calima, Valle del Cauca. Descubrimos una multitud en la plaza frente a la iglesia, todas las familias están esperando los últimos preparativos, con la presencia de la policía y de varias otras instituciones. En compañía de la Comisión de Justicia y Paz (JyP), acompañada por PBI, y que apoyó a la comunidad junto a la Oficina del Alto Comisionado para la Paz (OACP) para su proceso de retorno (fuente), saludamos al Gobernador de la comunidad y, rápidamente, colgamos nuestras banderas en las chivas ya cargadas y a punto de salir.

Apenas un par de minutos después, las chivas arrancan en medio de los gritos de alegría de la comunidad. Rumbo, el puerto de Calima, donde cargarán las lanchas.

A la hora del atardecer, la última lancha llega finalmente al   resguardo bajo las aclamaciones de toda la comunidad ya instalando su campo para la noche. Este año, por fin, toda la comunidad podrá celebrar las festividades de fin de año en casa.

Desde su último desplazamiento en 2021, la comunidad Wounaan nunca ha dejado de intentar volver a su territorio. Tras esta salida forzada por amenazas (fuente) y operaciones contra-insurgentes (fuente) de las AGC contra el ELN (fuente), se quedaron seis meses en Buenaventura, en fuertes condiciones de hacinamiento,
insalubridad e inseguridad (fuente); hasta que la diócesis de Cali encontrara un lugar para ellos en Dagua. Allí vivieron hasta diciembre de 2023 (fuente).

Cabe recordar que el plan de retorno de la comunidad viene a raíz de algunos elementos: en diciembre de 2022, durante la primera mesa de negociación entre el Gobierno nacional y el ELN, se acordó un
eje humanitario que cree “refugios libres de actores armados donde pueda salvaguardarse la población […] y garantice el retorno de desplazados” a partir de enero de 2023 y con prioridad para el Bajo Calima (Valle del Cauca) y el Medio San Juan (Chocó)” (fuente). En línea con este acuerdo parcial, la política de Paz total del gobierno colombiano busca retomar los puntos del Acuerdo Final de 2016 que prestan “especial atención a los derechos fundamentales […] de los grupos sociales vulnerables como son los pueblos indígenas, y […] de los desplazados por razones del conflicto” (fuente). En este contexto, la OACP, que tiene por mandato asesorar, liderar, coordinar y participar en la formulación y el desarrollo de la
política de paz (fuente), da prioridad al retorno de esta comunidad antes de fin de año (fuente); dando esperanza para que este caso posibilite otros retornos exitosos de otras comunidades hermanas indígenas y negras del Calima, Bajo Calima y San Juan. (fuente)

Sin embargo, a lo largo de este proceso, el camino ha sido largo y sigue siendo sembrado de escollos. Según el Decreto Ley 4635 de 2011, y de conformidad con los Principios Rectores de los  desplazamientos internos de las Naciones unidas (fuente), el Estado tiene la responsabilidad de garantizar “las condiciones para el retorno a los territorios de las comunidades […] en condiciones de seguridad, voluntariedad y dignidad” (fuente). La voluntad de construir la paz en medio de un conflicto armado que todavía no se ha terminado se enfrenta a la complejidad de cumplir estos criterios en un contexto volátil. Si la voluntad de la comunidad se ha manifestado a través de una firme determinación, la seguridad del territorio sigue frágil por ser una zona de tránsito de los grupos armados y por la falta de condiciones dignas de las viviendas del resguardo.

Así, ante la falta de asistencia institucional para la comunidad (fuente), la JyP la apoya al presentar una tutela que llega a una sentencia del juez de restitución de tierras, el 13 de febrero de 2023 (fuente), en la que se reconoce la calidad de víctima del conflicto armado interno a la Comunidad Wounaan Nonam, y se ordena dar seguimiento e implementar planes correspondiendo a la labor de cada institución. Más precisamente, la Agencia Nacional de Tierras (ANT), la Unidad de Víctimas (UARIV), la Dirección de Consulta previa del Ministerio del Interior, la Unidad Nacional de Protección (UNP), y también la Procuraduría, la Defensoría, la Personería Buenaventura, la Unidad de Restitución de Tierras (UAEGRTD) y el Bienestar Familiar (ICBF) tienen que cumplir sus metas en un plazo de pocos meses con la perspectiva de fortalecer las medidas cautelares emitidas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a la comunidad el 3 de junio de 2011 (fuente). Según esta misma sentencia de 2023, la fuerza pública que tiene jurisdicción en la zona, entre otras, la Brigada de Infantería de Marina No. 2 y el Batallón Fluvial No. 24, tendrán que brindar seguridad y vigilancia, en acuerdo con las autoridades de la Comunidad Wounaan. Por último, los ministerios del Ambiente y Desarrollo Sostenible, de Salud, de Vivienda y de Educación tendrán que coordinarse con la comunidad para asegurar su desarrollo sostenible (fuente).

Sin embargo, en una inspección in situ al resguardo el 4 de julio de 2023, el mismo juez de restitución de tierras observó que ninguna de las instituciones implicadas había cumplido con los compromisos
ordenados (fuente). De hecho, el plan de retorno colectivo de las familias fue diseñado por ellas mismas sin más ayuda que el apoyo de JyP (fuente). Todo ello en un territorio en el cual la institucionalidad se observa casi exclusivamente por la presencia de la fuerza pública. A pesar de que varias de las instituciones civiles mencionadas en la sentencia generaron una fuerte atención mediática alrededor del evento, las familias comentan que todavía están esperando que el Estado cumpla sus deberes al respecto. Su seguridad alimentaria aún no está asegurada y todavía les faltan siete meses de mercado hasta que puedan cosechar los frutos de sus siembras y plantaciones.

En 2023, la comunidad Wounaan pudo celebrar las festividades de fin de año en su tierra, con toda la alegría y la esperanza de poder volver a permanecer en su territorio definitivamente. Con las
preocupaciones ante la situación crítica en la que todavía se encuentran, esperamos que este éxito se siga concretando a lo largo de este año con todo el debido acompañamiento del Estado. JyP seguirá observando los avances y visibilizando las necesidades de las familias para su vida y su seguridad, contando con el acompañamiento y la observación internacional de PBI.

Guacamayas: “El simple hecho de mantenerse en el territorio”

En el Cerro Plateado de la cordillera occidental de Antioquia nace el río Atrato. Este río, que recorre su camino a lo largo de los departamentos del Chocó y Antioquia hasta su desembocadura en el golfo de Urabá, es uno de los ríos más abundantes de la zona, y una irrefutable fuente de vida. Aunque también es uno de los lugares más golpeados por el conflicto armado. En particular, la zona del Bajo Atrato y la subregión de Urabá, donde se encuentran registradas cerca de 429.820 víctimas de desplazamiento forzado, despojo de tierras y asesinatos selectivos, entre otras graves violaciones de derechos humanos.

El actuar de industrias bananeras, palmeras y mineras, vinculadas a actores armados, contribuyó a despojar a las comunidades étnicas de sus tierras, ante graves omisiones estatales en términos de garantías de protección. El despojo que han sufrido las comunidades del Bajo Atrato ha tenido como denominador común el atropello de sus derechos ancestrales e impactos medioambientales en sus territorios. Así como la violencia dirigida contra líderes y lideresas reclamantes de tierras, como Mario Castaño, asesinado hace cinco años, el 26 de noviembre de 2017, en su finca ubicada en las cuencas de la Larga y Tumaradó (Bajo Atrato).

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Cahucopana y comunidades minero-campesinas no desisten, resisten por la paz

Una de las organizaciones de derechos humano más emblemáticas de la región del Nordeste Antioqueño, es la Corporación Acción Humanitaria por la Convivencia y la Paz del Nordeste Antioqueño (Cahucopana). Desde su fundación en 2004 ha tenido como objetivo principal defender los derechos de las comunidades campesinas y mineras y brindar mecanismos de protección para que puedan vivir en paz, en medio de un conflicto armado que se perpetúa en el tiempo.

El año 2022 inició con las alertas de varias organizaciones de derechos humanos sobre las crisis humanitarias que están asolando los territorios. Como en muchas otras regiones de Colombia, en el Nordeste Antioqueño, el riesgo no es solo para sus habitantes, sino también para quienes alzan la voz en defensa de las garantías mínimas para la vida y permanencia en el territorio. Es el caso del presidente de Cahucopana, Carlos Morales, quien sufrió un grave atentado el 27 de febrero cuando hombres armados dispararon contra él, su compañera e hijo menor de edad, mientras se desplazaban en motocicleta en la ciudad de Barrancabermeja[1]. Morales, quien durante 16 años ha destacado como líder campesino, opta por resistir al desplazamiento, a pesar de los ataques en su contra y graves amenazas dirigidas contra otros integrantes de Cahucopana, organización que sigue firme junto a las comunidades del Nordeste Antioqueño.

Carlos Morales resiste al desplazamiento forzado “para seguir denunciando lo que está pasando frente al abandono estatal y a las violaciones a los derechos humanos porque el Gobierno Nacional no ha implementado los Acuerdos de Paz”.

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Persisten amenazas de muerte contra ambientalistas en el Magdalena Medio

El Magdalena Medio, región a la que pertenecen el 6% de las víctimas del conflicto armado colombiano, ha sufrido históricamente graves impactos negativos por el modelo económico extractivista. Hoy, una vez más, sus líderes ambientales y personas defensoras de derechos humanos se encuentran gravemente amenazadas y en riesgo de desplazamiento. Allí donde las comunidades han sufrido la expropiación de sus tierras, la expansión de agronegocios y la explotación de hidrocarburos durante más de un siglo, se extiende una inmensa fauna y flora compuesta por innumerables fuentes hidrícas, ríos y ciénagas. La extracción de petróleo ha ocasionado daños irreparables en ellas, y ha afectado gravemente a comunidades que se han dedicado ancestralmente a la pesca. Además, la economía de enclave del Magdalena Medio, no ha generado beneficios para las comunidades que protegen la región, donde se sufren serias limitaciones en el acceso a los servicios de agua potable y energía.

Recientemente, las organizaciones defensoras de derechos humanos y del medioambiente como la Corporación Regional para la Defensa de los Derechos Humanos (CREDHOS) han conseguido, a través de sus constantes denuncias sobre graves violaciones de derechos humanos, que la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) dirija sus ojos hacia el Magdalena Medio y priorice investigar los crímenes cometidos por la Fuerza Pública en el marco del conflicto armado. A pesar de la importancia de priorizar la región, por las graves afectaciones sufridas en el marco del conflicto armado, es alarmante el riesgo al que, a día de hoy, siguen expuestos los y las integrantes de CREDHOS y organizaciones aliadas como el Comité para la defensa del Agua, la vida y el Territorio (AGUAWIL) y la Federación de Pescadores Artesanales, Ambientales y Turísticos de Santander (Fedepesán). Es por ello, que es ugente esclarecer estos graves hechos para que existan verdaderas garantías de no-repetición en una de las regiones más azotadas por el conflicto armado.

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El pueblo embera en defensa de su territorio sagrado

En el Bajo Atrato, a caballo entre los departamentos de Antioquia y Chocó, el cerro “Careperro” o Jaika tuma, se erige como un lugar sagrado para el pueblo indígena embera eyabida, traducido como “habitantes de las montañas” [1]. El río Atrato, que recorre ambos departamentos y desemboca en el Caribe, está habitado por multitud de comunidades afrocolombianas, mestizas e indígenas, muchas de las cuales son acompañadas por la Comisión de Justicia y Paz (JyP), organización acompañada por PBI desde 1994. Entre estas últimas, a orillas del río Jiguamiandó -ramificación del Atrato- y en las inmediaciones del cerro Jaika Tuma, habitan ocho comunidades[2] del pueblo embera organizadas en el Resguardo Indígena Uradá-Jiguamiandó. Para ellas, el cerro es un lugar sagrado y fuente de vida, entre otras razones, porque es de donde obtienen el agua y los jaibaná –- médicos tradicionales– – se surten de plantas medicinales.

Históricamente, las comunidades étnicas de la región del Bajo Atrato han resistido a los intereses que diversos megaproyectos han tenido sobre sus territorios ancestrales. El actuar de industrias bananeras, palmeras y mineras, que contribuyó en el despojo de las tierras de las comunidades, ha tenido como denominador común el atropello de sus derechos ancestrales, la comisión de graves violaciones de derechos humanos e impactos medioambientales en sus territorios[3]. De hecho, algunas de estas empresas, que fueron una pieza más en el complejo engranaje del conflicto armado, han sido investigadas y, en ocasiones, condenadas por colaborar con grupos paramilitares en la región[4].

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